08 junio, 2013

En un bar de dudas


En un Bar de Dudas es mi cuarto libro, el primero que voy a publicar sin una editorial. He aprendido que si quisiera un chulo me habría metido a puta, no a escritora y, en consecuencia, opto por evitar al proxeneta editorial de turno y por convertirme en mi propia madame. Peor que con los anteriores, no va a salir... Este libro lo he escrito sin querer; pero no se ha escrito solo y tampoco me lo he bajado de internet, como hacen otras... Muchas de sus frases me las inspiraron un licor de tequila con canela y oro con el que trafico legalmente en mi propio salón, y la resaca. Sin embargo, la mayoría llegaron a casa garabateadas en posavasos, tickets de copa, comandas y servilletas de papel que encontraba en cualquier bar.

El divorcio me dejó destrozada. Su ausencia, e ir desvelando una traición que destruyó de golpe mi escenario vital, fue una suerte de veneno paralizante, mezcla de pena pegajosa, miedo al cambio y dolorosa soledad. Lloraba a todas horas y contaba mi drama hasta que saturé a amigos y extraños… Procuré que mi depresión fuera tipo post-party y que lo más reposado en mi vida fuera el tequila. Iba de fiesta en fiesta queriendo morirme. Con los morros pintados de rojo y escotes de vértigo, celebraba el Apocalipsis cubata en mano. Y de día, huyendo hacia adelante y tratando de que el duelo acabase lo antes posible, lo probé todo: Yoga, Pilates, Reiki, Shiatsu, lecturas de autoayuda, psicólogo y psiquiatra, tratamientos de belleza, videntes… A veces todos en el mismo día. Practiqué la decoración, la oración y la meditación, pero se me dio mejor la medicación... Flirteé con el desastre y me asomé al precipicio del Valle de las Muñecas por culpa de cachas, modelos y famosos. Esa ristra de donjuanes, peterpanes, drogadictos, casados, cobardes y egoístas lo empeoraron todo...

Emocionalmente rota y bloqueada, era incapaz de escribir. Un día me dio por capturar esos pensamientos fruto de la enajenación mental y generados con nocturnidad y embriaguez. Ahí estaba yo, con una sonrisa postiza, apoyada en alguna barra, disimulando las lágrimas. Apuntaba esas perlas de catastrofismo aun viendo doble. Con cada chupito, intentaba tragarme las ganas de morirme que me corrieron por las venas durante más tiempo del que nadie se merece. Nadie, ni siquiera yo.