13 octubre, 2015

Retrato de Madrid

Para seguir llenando mi casa de inutilidades del Rastro, había madrugado especialmente... Si las mañanas de domingo el trayecto desde mi casa a ese gran almacén de ciclados donde me creo que hago yoga ofrecen un espectáculo dantesco, la de hoy, siendo puente y festivo, ha sido el pleno apogeo del más absoluto espanto.

Al cruce con con los habituales walking dead, con los cierrabares aún drogadísimos parapetados tras las lentes polarizadas, se suman los perros sus respectivos amo-flautas con rastas y crestas, que tiran al aire diábolos; y las gitanas que por su santo coño me ponen a la fuerza la puta ramita de romero en la mano, so pena de dedicarme una maldición infernal eterna para mí y mis hijos no natos. Además, hoy me topo con mil bolsas de Primark; como si fuera una Fiesta de La Rosa clandestina, han organizado unas jornadas de compras a puerta cerrada para sus empleados. Otro colmo mayúsculo es la horda de catetos haciendo cola en Doña Manolita. Cerrando el paso desde Preciados a Gran Vía y subiendo toda la calle Conde de Romanones, llevan ya días esperando para comprar Lotería de Navidad; si se dieran tanta prisa y gestionaran sus vidas con la misma diligencia y aplicaran la misma dosis de ansiedad anticipatoria para todo, España habría salido ya de la crisis. Mientras pienso que el paseo sólo se puede agravar con una serenata de la tuna, escucho la alarma que me avisa de que, esté donde esté, y haciendo lo que esté haciendo, me tengo que ir... si quiero llegar a esa clase donde yo me creo que hago yoga. Como yendo sin gafas de sol se me agria el carácter, compro menos o incluso nada, así que automáticamente giro en redondo y regreso sobre mis pasos hacia ese sitio de cruising donde yo me creo que hago yoga.

Llegando a la Plaza de Tirso, escucho gritos, jaleo de pelea... Miro por encima de un grupo de turistas nórdicos completamente asustados. A la derecha y a menos de quince metros, entre la calzada y la parada de autobuses, varios vagabundos, muy borrachos, se agrupan. Alcanzo a ver, con total nitidez, cómo un moro de metro ochenta y cinco, vestido con cazadora de color azul eléctrico tipo plumas, moreno de tez, de pelo negro y barba cerrada, pega un fuerte puñetazo en la cara a un tío que va muy ebrio. Aún alcanza a darle varios golpes más mientras cae redondo. Al desplomarse se golpea en el rostro y en la cabeza. Queda bocabajo, inmóvil. El autor de la agresión no se queda para ver qué pasa y, seguido de cerca por otro tipo, también moro, más bajo, más ancho de hombros, con la cabeza rapada y camiseta roja y vaqueros azul desgastado, huye a toda carrera. Cruzan sin mirar y se alejan por la calle Colegiata. Pasan delante de mí y de los demás que hemos presenciado el ataque. El tipo sigue en el suelo. Los otros borrachos, le zarandean. No responde. No se mueve. Los curiosos, entre los que me incluyo, no se acercan, pero no se alejan tampoco, presos del morbo y paralizados por el horror que produce la violencia contemplada en riguroso directo. Todos giramos la cabeza buscando ayuda pero, la Policía, como siempre, no está cuando se la necesita. Me da miedo acercarme... Nadie se atreve... Me reprocho no haber sido rápida en sacar el móvil y grabarlo... Reacciono y entro en Lidl a buscar un zumo del que soy oficialmente adicta. Me lío llenando la cesta con lo que no debo. Guardo mi turno en la caja 6. Cuando salgo, casi veinte minutos después, acaba de llegar una pareja de policías que escuchan la versión de los borrachos, mimos grotescos y actores improvisados recreando la agresión. Veo que los uniformados se ríen sin disimulo... El tipo aún en el suelo, pero ya no está inconsciente. Su ojo está tan hinchado que no lo puede abrir. Sangra por la cabeza. La cara, totalmente deformada, se ha puesto morada. Sigue muy borracho y conmocionado, semi acostado con la espalda apoyada en una jardinera de piedra, justo donde cayó. Digo yo que, en vez de tanto subir a mi casa para meterme miedo y tocarme los cojones cuando riego y OMG!!!! caen tres gotas mientras ellos toman el sol con el culo pegado al cristal de Vodafone, todo chulos porra en mano y donuts en el andorgo, la Policía debería dedicarse a trabajar, a estar presente en zonas que, como ellos bien saben, son peligrosas, conflictivas... Lavapies no lo es por la naturaleza tectónica de la placa base. Hasta donde yo sé, el barrio está fuera de riesgo de terremotos, tsunamis o tornados. Es peligrosa porque, en lugar de limpiarlas de yonquis y delincuentes, las autoridades sobrepagadas e incompetentes miran para otro lado... Hay cámaras en todas partes, saben de sobra quién trapichea con drogas, dónde recogen los senegaleses los fardos llenos de falsificaciones para su venta ilegal, etc. Y se deja estar. Se permite que el barrio esté lleno de mierda y basura. Se consiente todo eso y no alcanzo a saber por qué, quién pilla para que nada cambie... Porque a veces, los yonquis y borrachos se matan entre ellos, como hoy... Pero resulta que también te pueden matar a ti si un buen día, cuando pasas con las bolsas de la compra o saliendo del metro, se les cruza el puto cable; o si te piden dinero y dices que no, porque pasas de darles o porque no llevas; o si en su delirium tremens interpretan que les has mirado mal cuando se van a colar por todo el morro en el supermercado...

No doy con el motivo, salvo pillar comisiones a través de concesiones de contratos de obras, compra de mobiliario urbano, etc., de gastarse millones en adecentar la Plaza de Tirso de Molina con adoquines y jardineras, y árboles, y una fuentecita, y los puestos de venta de flores... si después van a consentir que una horda de borrachos y yonquis la colonice... Cuantísimo dinero se gastó la Botella en joder a los sintecho colocando una medianera en los asientos de las paradas de autobús que les impidiera echarse a dormir... Y aquí, el dineral de rehabilitar la Plaza para luego dejar que esta gentuza, que conversa acerca de ir a pillar al MetaBús y que rechaza recibir ayuda social y que huye de la higiene y de los centros de asistencia, viva y duerma en los bancos y convierta la parte central de esta plaza en una mezcla de afterhours-favela. En la parte de Tirso de Molina que queda a cubierto de los árboles más frondosos, pasan el día y la noche, cagando y meando allí mismo, pinchándose, vomitando. Todos les tenemos que oler. Todos les vemos bebiendo desde bien tempranito del brick de vino o la cerveza doble comprada en el Lidl. Todos escuchamos sus gritos y sus movidas constantes. Me pregunto porqué coño el Ayuntamiento no manda que se retiren los bancos y se coloquen pinchos en los muros de las jardineras y termina con el asentamiento.

Con las entrañas revueltas por la peste, por la visión de la sangre, por la impotencia, y porque tenerlas las tengo y bien sensibles, enfilo hacia ese enorme cuarto oscuro dotado de mucha luz natural, donde yo me creo que hago yoga.

Y es así que yendo entre enfadada y asustada, sueño despierta con perderme. O con morirme, tanto da. Me imagino no llegar nunca, ni al gym ni a ninguna parte. Y quizá por eso, el desvarío mismo me ha llevado hasta la clase esa donde me creo que hago yoga, para joderme más aún las lesiones a base de retorcerme viva, o más bien muerta.