Y hoy quiero dedicar este espacio a insistir en que debemos denunciar si sospechamos que estamos ante un caso de violencia de género. Nadie está proponiendo que nos equipemos de prismáticos y de escuchas para espiar al vecino, pero sí que estemos un poquito más atentos, y que no hagamos la vista gorda cuando algo nos chirría.
Recuerdo que hace años asistí, no a la primera porque me quedé sin plaza, sino a la segunda de las ediciones del Curso de Violencia de Género (Colegio de Abogados de Madrid). Durante aquellas interesantísimas jornadas desfilaron por el aula magna ponentes de varios campos: destacados psiquiatras, abogados, forenses, policías, asistentes sociales, etc., todos con amplia experiencia. Entre las muchas y esenciales cuestiones a recordar, hay una que considero fundamental. Mucha gente piensa que eso de llamar a la Policía cuando se escucha a una pareja pelearse, es meterse donde a uno no lo llaman… Maticemos, por favor. Es cierto que se puede matar a alguien sin el más mínimo ruido. Pero la mayoría de los testimonios coinciden en que la violencia era parte del día a día, que se trata de convivencias muy deterioradas, que hay casos en que la muerte viene precedida de denuncias, de órdenes de alejamiento incumplidas incluso.
Explicaban en el curso, para mí fue casi lo más interesante, el proceso psicológico y la relación de la víctima y del agresor, que tan perversamente manipula y provoca la destrucción de la primera como persona. Decían los expertos que ha de tenerse en cuenta que en ocasiones la propia víctima no se encuentra en plenitud de sus facultades mentales –piénsese que el miedo a las palizas y a que haga daño a los hijos, puede ser paralizante-, se halla bajo tal presión que es incapaz de pedir ayuda, terminan aisladas de su entorno familiar y social, con la autoestima mermada, con sentimiento de miedo y de culpa, de vergüenza incluso –muchas mujeres sufren sólo de tener que reconocer que su “proyecto conyugal” es un desastre, erróneamente se culpabilizan de que su matrimonio no funcione… y callan, callan, hasta que un día, a él se le va la mano y ya no hay remedio-. La mente de la mujer maltratada presenta ciertos rasgos muy particulares, algunas desarrollan una especie de síndrome de Estocolmo respecto del maltratador, que lo propicia y les hace pensar que no valen nada, que su vida depende de él.
Que la mente humana es compleja no podemos cuestionarlo pero, si encima está distorsionada… Y respecto de esto, otro de los puntos cruciales que nos explicaron en una de las intervenciones fue la del mecanismo mental, la pauta que siguen los maltratadotes respecto de sus víctimas/parejas. Se podría describir como una espiral que gira hacia dentro y cuyo recorrido que se va haciendo cada vez más corto. Así, la conducta de ambos sería algo parecido a esto: un buen día se produce una pelea, discuten. Él se pone violento por primera vez. Él reacciona, quiere que ella le perdone, muestra su cara “amable”, se deshace en promesas de “no se repetirá”, “con lo que yo te quiero”… Ella, hecha polvo, en el fondo está deseando creérselo. Se reconcilian.
Segundo episodio de violencia. Probablemente, él da una primera bofetada. Ella se derrumba, además de por el daño físico, por lo que conlleva… Se repite la demostración de arrepentimiento, las promesas… quizá incluso él aparezca con algún “detallito”, o se muestre más cariñoso que nunca…
El detonante para la tercera, cuarta y ulteriores escenas de terror puede ser cualquier estupidez. Recordemos que los maltratadotes no precisan un motivo. Se encabronan y atacan sin necesidad de razones (porque en realidad, recuérdese, NADA justifica un acto violento). Y esta vez a lo mejor salpica los insultos de empujones, de patadas y guantazos. Ante el daño causado, él actúa como siempre: disculpándose. Ve que la pierde y no está dispuesto a permitirlo. Promete y llora. Jura y ofrece el oro y el moro, y le dice lo que ella necesita escuchar, aunque cada vez le cueste más creérselo. Ahí es cuando ella empieza a maquillar los moratones, a explicar públicamente lo torpe que es, cuántas veces se tropieza en las escaleras o se clava inoportunas ventanas…
Y cada vez el episodio de violencia sucede con mayor frecuencia y los golpes, cada vez son más fuertes, siendo las reconciliaciones un cúmulo de mentiras entremezcladas con chantaje emocional y amenazas.
Nos contaban los ponentes que desde fuera, cuesta creer que una mujer que se ha visto en el hospital con huesos rotos, permita al agresor entrar de nuevo en la vivienda. Pues así es. La vícitma se halla tan desorientada y tan sola que por desesparación opta por agarrarse de la única mano que no debe, la que termina matándola.
Los expertos coinciden en que el perfil mental de los agresores deforma la naturaleza de la relación y encuentra a la pareja como un objeto sobre el que verter su infelicidad, insatisfacción, y frustración. En este amasijo de sentimientos del maltratador no aparece ni una sola vez el amor (el de verdad), ni el respeto por el ser humano que comparte su vida. Consieran a la pareja como una posesión, practican lo de "mía o de nadie", de ahí que se recomiende extremar la prudencia una vez se comunica el deseo de separarse -momento en el que suele producirse el mayor número de agresiones- y que se recomiende que, si se teme que existe peligro de reacción violenta, se solicite en el mismo acto de medidas provisionales la orden de alejamiento.
Cuando se sea conocedor de este tipo de situación, debemos denunciar. Vamos tan a lo nuestro, con tanta prisa, tan cegados de egoísmo, que pecamos de insolidarios. Aunque no siempre ocurre esto. Seguro que hasta los despistados y los veraneantes que se han escapado muy lejos durante varias semanas conocen el titular protagonizado por Jesús Neira, que nos sobrecogía a todos. Se trata de un profesor de Derecho y Ciencias Políticas, que sigue en estado de coma por haber salido en defensa de una chica a la que su pareja estaba golpeando. El agresor arremetió contra él y como consecuencia, ahora se debate entre la vida y la muerte.
Jesús Neira es un ejemplo, sí, pero traducido al sincero sentir de la mayoría, lamentablemente me da que no se está convirtiendo en alguien a quien imitar, sino en un caso que nos mete miedo en el cuerpo y nos alecciona de lo que no debes hacer si no quieres acabar como él. Porque al final, ser un caballero, o ser un buen ciudadano que acude a socorrer a alguien (deber de todos como dicta la ley) y en última instancia una buena persona, te cuesta la vida. No permitamos que esto suceda.
Con el post de hoy sólo digo que hay mucho hijo de puta suelto, mucho loco sin encerrar y que todos tenemos el deber de denunciar. Pensemos que cada día, mujeres de cualquier edad mueren a manos de sus parejas. Basta descolgar el teléfono y marcar tres números: 016.
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