Acabo de leer una noticia que contribuye a describir cómo te sientes cuando te hacen lo que a mí, eso de borrarte la cuenta con tus mil y pico "amigos", tus fotos, tus enlaces, tus vídeos...
Se trata de una nota de EFE, donde un religioso, un tal Nichols, alerta de los riesgos de las redes sociales tras el suicidio de una chica cuyos "amigos" subieron comentarios insultantes. Habla del trauma de las relaciones transitorias, de cuando una amistad o red de amistades se derrumba y quedamos desolados, y argumenta acerca de lo que denomina "un síndrome del todo o nada". No puedo discutirle una palabra: el otro día amenacé a un gran amigo con echarle de mi feisbuk, como si eso supusiera el repudio.
La chica de la noticia en concreto tenía pocos años (y ahora diréis que qué boba, que no es para tanto...). Pienso que no es como para suicidarse pero, en parte, la entiendo. Por experiencia sé que se sufre un huevo; aún siento alivio de no escribir más el blog de sexo de El País -donde no había moderación de comentarios previa-. Durante casi dos años me acribillaron los jodidos trolls (y no quiero hacer memoria del reciente linchamiento que me hicieron los cibertarados tras el encuentro digital en 20minutos.es).
En estos días, charlando con otras personas que han sufrido el mismo injusto ataque que yo y que también han visto borrado de su perfil de FB, he comprendido que no es "raro" sentirse tan rabiosa, indignada, deprimida y demás. El cantante Pedro Marín (al que entrevisté cuando hace dos años sacó un disco), por ejemplo, reividica recuperar sus casi cuatro mil amigos y fans; y como él muchos más. Si eso nos convierte en seres infantilizados, dependientes y adictos a las tecnologías, en ciudadanos de un neverland virtual... pues será que lo somos. Cierto es que hay que compaginar vida real y cibervida pero, personalmente, he debatido online, me he reído online, he conocido a gente online (a la que he visto físicamente mucho después), he comprado online y me he cabreado y sentido ofendida online. Lo que no es cuestionable es el efecto que logra un ataque de troll: a todos nos jode por igual y el cabreo, o el disgusto, traspasa la pantalla.
Mira tú por dónde que tenemos otro precipitado para las conferencias y mesas redondas ésas que no llevan a ningún sitio: el efecto del ataque de troll hermana a los seres humanos. O sea, como el fútbol, la religión y el porno.
Ah, y un regalo para la vista (impensable en la era no digital) con el fondo musical inigualable de La Terremoto.
Un amigo me abrió este blog para que contase las anécdotas de la publicación de mi primer libro, un trabajo periodístico acerca de la industria del porno. Aquí seguí reseñando cuanto rodeó la edición del segundo, un manual de divulgación sobre sexualidad. "Mi lado más hardcore" y "Verdad y Mentiras en el sexo" han sido mis criaturas más mediáticas, por las que me empezaron a invitar a las teles. Pero hay más... "Sexo, amor y cirugía", mi primera novela, premiada incluso. Y sigo ;)
1 comentario:
Ya, ya he visto que me invitaste al Facebook...están muy de moda esas redes sociales, pero a mí nunca me han gustado ni me gustarán, porque precisamente corres el riesgo de sufrir a los trolls. A mí no me gusta eso de tener un perfil u que tus fotos puedan ser vistas y comentadas por gente que no conoces. Vete tú a saber los depravados que hay por ahí. Deberías saberlo bien, mejor que nadie.
A mí ya me ha costado sudor y lágrimas el blog; he sido insultada y ninguneada de forma gratuita por gente conocida y que creía amiga(eso es lo que lo hace aún más grave), como tú, lo que me obligó a moderar comentarios durante un tiempo. Y sufriendo lo que sufrí por eso, paso olímpicamente de seguir la moda de una red social.
Ya tengo bastante con lo que tengo, la verdad.¿Para qué me voy a complicar la vida?
Besinos asturianos.
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